Una reflexión como colofón de mis tres años en la Presidencia de la Fundación Renovables que, curiosamente, surgió como iniciativa hace siete años en una reunión en La Granja auspiciada por unos colegas que pretendían “cambiar el mundo haciendo marketing” y que ahora, intuyo, podemos traducir en nuestro ámbito de acción por “renovar el mundo con energía”.
Desde hace décadas (desde el famoso informe del Club de Roma “Limites al crecimiento” de 1972, justo antes de la primera crisis del petróleo, e incluso antes) somos conscientes de las limitaciones de nuestro modelo de crecimiento y en general de nuestros modos de producción y consumo a los que el informe “Nuestro Futuro Común” de la Comisión de Naciones Unidas sobre Desarrollo y Medio Ambiente , Comision Brundland , de 1987, acuñó “desarrollo insostenible” por contraposición a un desarrollo sostenible que se define como el que “satisface las necesidades de las generaciones actuales sin comprometer las posibilidades de las generaciones venideras de satisfacer las suyas”.
¿Quién puede no considerar deseable lo que personalmente prefiero traducir como “progreso sostenible” (para evitar lo que parece un oxímoron por asimilación de desarrollo a crecimiento económico) traducible en “mayor calidad de vida ahora y en el futuro y para una mayoría creciente de la población”?
Pues bien, 45 años después del informe del Club de Roma, 30 después del Informe Brundland y 30 después desde la conocida Cumbre de NU para el Desarrollo Sostenible de Rio 92 en la que se acordó el Convenio de Cambio Climatico, solo hemos conseguido aumentar la insostenibilidad de nuestro desarrollo. Una insostenibilidad que ahora se mide de forma inexorable por el continuo crecimiento de los gases de efecto invernadero en nuestra atmósfera, medidos como CO2, y el correspondiente incremento de la temperatura media global que ya supera ampliamente 1ºC con impactos que, sabemos, podrán ser no lineales e irreversibles si superamos los 1,5ºC, límite fijado en la Cumbre de París de 2015 y que de seguir las tendencias actuales se superaría bastante antes de 2050.
Lo más chocante de todo este desencuentro del hombre con su hábitat, con nuestro planeta, con nuestra atmósfera y nuestro clima es que en particular el cambio climático ya se predijo con una precisión sorprendente hace más de 120 años por Arhenius y que durante todo este tiempo a medida que le dábamos la razón en su predicción con el uso abusivo y adictivo a los combustibles fósiles hemos tenido siempre a nuestro alcance y de forma creciente como alternativa, en cuanto a viabilidad tecnológica y económica, la energías de fuentes renovables. Energías que, además de no aportar CO2 y otros contaminantes responsables de la mala calidad del aire urbano, son sostenibles, autóctonas, accesibles y seguras, vamos un “chollo”.
«Lo más chocante de todo este desencuentro del hombre con su hábitat, con nuestro planeta, con nuestra atmósfera y nuestro clima es que en particular el cambio climático ya se predijo con una precisión sorprendente hace más de 120 años»
Así que esta vez y de forma rotunda la respuesta a un desafío ambiental creciente y evidente como es el cambio climático es, no solo efectiva frente este desafío, sino que está llena de ventajas socioeconómicas y cargada de futuro. Por primera vez disponemos de un vector para el cambio de los modelos de producción y consumo, para el cambio de paradigma del desarrollo hacia un progreso sostenible que normalmente hubiera llevado varias décadas y que ahora debemos y podemos conseguir, obteniendo ventajas en dos o tres décadas máximo.
Porque si la energía, el modelo y sistema energético cambian todo cambia. Lo mismo que el carbón propició la primera Revolución Industrial y el petróleo la segunda, la tercera se hará abandonando ambos como combustibles y carburante y sustituyéndolos por las renovables.
Este escenario de futuro con las renovables como vector del cambio hacia un progreso sostenible se basa, en primer lugar, en un cambio en los sistemas de distribución del poder que da el controlar las fuentes de energía (en ingles la Centrales Eléctricas son “Power Stations”) y, en segundo lugar, en la entrada en juego de nuevos conceptos disruptivos integradores a cualquier nivel como el de autosuficiencia conectada.
Cambio de poder por el cambio hacia la deslocalización energética a través de la generación distribuida, la autogeneración y el autoconsumo y con una nueva geografía humana potenciada por el acceso potencial generalizado a la energía, que además es sostenible.
Cambio que, al superar la accesibilidad a la energía como factor no solo limitante sino determinante, abre el camino a la autosuficiencia no solo energética sino también en otras aéreas que la energía facilita propiciando una mayor diversidad económica, menos dependencia a todos los niveles (local, regional, estatal…) o autosuficiencia conectada. Esta autosuficiencia conectada permite dar un salto rápido (el llamado “leap froging”) en la reversión de la globalización que tantos impactos socioeconómicos ha generado al obligar a especializaciones productivas en muchos territorios con su consiguiente vulnerabilidad y pérdida de resiliencia, sobre todo en las crisis, pudiendo pasar del concepto de la “aldea global” al de “mundo en una aldea” si aunamos el acceso a la energía en cualquier punto con el acceso a la información y al conocimiento también en cualquier punto propiciado por la era digital.
Así que en el cambio urgente del sistema energético como respuesta al cambio climático, como bien clama el Presidente francés Macron al señalar como “objetivo prioritario la descarbonización” y “como obsesión la acción”, está la respuesta que tanto se nos ha resistido durante décadas al cambio de paradigma para un progreso sostenible. Porque si la energía cambia todo cambia, y en este caso para bien, añadiría.