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¿Cuándo vamos a dejar de creer en los cuentos de los fabricantes de coches?

Hace unos 3.000 años Esopo contaba una fábula destinada a marcar la infancia de centenares de generaciones: ¡Que viene el lobo!

Todos recordamos como en ella el pastor se burlaba de sus vecinos llamándoles noche tras noche para que le ayudaran contra un supuesto lobo que nunca aparecía, hasta que sí lo hizo, pero los vecinos ya no le creyeron y no acudieron a socorrerle.

No deja de ser muy similar a lo que viene ocurriendo desde hace por lo menos medio siglo con los fabricantes de coches, solo que en una trágica repetición, como en el día de la marmota, los vecinos no dejamos nunca de acudir en socorro de la industria del automóvil.

Una industria que históricamente ha usado su poder para crear empleo y aumentar el PIB como arma arrojadiza en contra de toda regulación, clamando costes inflados y supuestas catástrofes económicas en caso de ser obligada a contaminar menos o a hacer coches más seguros.

Y no sólo hablo del hecho de que en Europa, con la excusa de autoimponerse objetivos de mejora en consumo de carburante de tipo voluntario (que nunca cumplieron), los fabricantes retrasaran 20 años la entrada en vigor de estándares obligatorios de eficiencia de los turismos en la Unión Europea. Una vez que tuvieron que negociarse límites y fechas, la Asociación Europea de Fabricantes de Automóviles, ACEA por su siglas en inglés, (cuya posición al respecto estaba dictada por el grupo VW) se encargó de retrasar tres años su entrada en vigor así como de minar los límites de 120 gCO2/km a 130 gCO2/km, además de añadir un sin fin de excepciones y trucos para, de hecho, no cambiar nada. Tan fácil era alcanzar unos límites rechazados como imposibles por la industria que se lograron con tres años de antelación sobre lo previsto. ¿Casualidad?

Es más, en lugar del supuesto incremento de los precios de los coches que iba a provocar según la ACEA a causa de la normativa…, los precios han bajado a un ratio de un 2.4% anual.

Con la excusa de autoimponerse objetivos de mejora en consumo de carburante de tipo voluntario (que nunca cumplieron), los fabricantes retrasaran 20 años la entrada en vigor de estándares obligatorios de eficiencia de los turismos en la Unión Europea

No voy a ahondar en el escándalo de los test de certificación europeos de las emisiones de los que todo el mundo habla. Queda claro que está plagado de trucos impuestos por el lobby de los fabricantes de coches que han tenido como mayor aliado de sus intereses al Gobierno alemán.

Pero esto es sólo la punta del iceberg de una industria que se ha opuesto históricamente a toda regulación y que ha hecho lo posible para escaquearse de su responsabilidad en temas tan fundamentales como la seguridad, la salud o el cambio climático.

Recordemos que en 1975 General Motors se opuso a la introducción de los catalizadores en los coches alegando una catástrofe económica con unas previsiones de costes que finalmente se demostró que estaban tan infladas que suponían más de diez veces las que acabaron siendo en realidad.

Es más, en 1971, tal y como recoge la grabación de la visita del Director Ejecutivo de Ford al Presidente de EEUU Nixon a la Casa Blanca, solicitaba que no se introdujeran obligatoriamente los airbags en los coches alegando que salvar vidas “mataría la industria automovilística” con costes que superarían los 4.000 millones de dólares anuales sólo para Ford. Tristemente consiguió que se retrasara años la medida. Eso sí, cuando los airbags acabaron siendo obligatorios se demostró que esos costes evidentemente no eran tales o una maravillosa herramienta para explotar en los anuncios.

Ya que está claro que ninguna de estas medidas ha acabado con la industria ni con sus beneficios la pregunta es ¿por qué los gobiernos siguen creyéndose su “¡Que viene el lobo!”?

Hasta tal punto es así que, por ejemplo, en España en 2015 estamos financiando con 225 millones de euros de dinero público la venta de los coches supuestamente más limpios del mercado español. Sin embargo se pueden acoger a la financian del Plan PIVE8 coches con emisiones mayores a la media del mismo mercado. Es decir, se subvencionan coches que emiten hasta 120 gCO2/km cuando la media de los coches que se vendieron en 2014 estaba ya en 118,5 gCO2/km. Es más, si los vehículos son de propulsión por gas natural pagamos coches con emisiones de hasta 160 gCO2/km. Como si las emisiones del gas natural fueran mejores que las demás. En definitiva, es una subvención en cubierta a la venta de coches.

Durante años el sector del automóvil se ha resistido al cambio, incluso a la reducción de la contaminación, de la que en estos momentos sigue siendo el mayor contribuidor sobre todo en las ciudades. Ahora ya el cambio va a tener que ser radical porque a los retrasos impuestos por la industria se suma la urgencia de mitigar el cambio climático.

Los automóviles con carburantes fósiles han dado lo que podían dar de sí y aun así son muy contaminantes e insostenibles. Los coches del futuro, o mejor los equipamientos de accesibilidad y movilidad, serán compartidos (de alta ocupación), eléctricos y necesariamente cargados con energías renovables. Pasaremos de vender toneladas de acero, aluminio, cuatro ruedas y un volante a vender servicios de movilidad en un espacio urbano cada vez menos pensado para los coches y más para la ciudadanía.

Durante años el sector del automóvil se ha resistido al cambio, incluso a la reducción de la contaminación, de la que en estos momentos sigue siendo el mayor contribuidor sobre todo en las ciudades.

La transición empieza ya. Todos los esfuerzos y recursos deben trasladarse a este nuevo modelo de movilidad y cuanto antes se haga mejor. También para los sectores productivos y en particular para el español. Sin duda será un futuro muy distinto para los fabricantes de coches actuales y previsiblemente serán otras industrias muy diferentes a las actuales las que sepan recorrer el camino necesario hacia la movilidad electrificada antes que ellos, como muestra Tesla. Es una pena la resistencia por la que está optando un sector, y aún más el español, que al igual que con las renovables, podría, gracias a su mayor versatilidad, liderar el cambio y garantizarse un asiento en primera fila para el futuro. Un futuro sin duda muy distinto al actual para los fabricantes de coches pero seguir haciendo lo mismo sería sólo intentar retrasar lo inevitable.

Europa empieza a reaccionar y ha anunciado reformular los test para vehículos con el objetivo de que se acerquen más a la realidad. Muchos países han empezado controles independientes para testear los vehículos que VW vendió en sus territorios. Sin embargo, el Gobierno español se ha limitado a pedir a la misma Volkswagen que le de los datos del engaño. ¿Puede que por miedo a ver peligrar las inversiones prometidas por la marca en España para fabricar más todoterrenos (sic)?

Así que al parecer no ha llegado el final de nuestra fábula, oímos ¡que viene el lobo! y volvemos a correr.

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