Los países firmantes y que ratificaron la Convención Marco de la Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, se reúnen en París en la COP21 (la 21ª Conferencia de las Partes) para conseguir llegar a un acuerdo de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. Su objetivo: que la temperatura media del planeta no aumente por encima de 2 grados, intervalo que, para muchas personas es poco ambicioso y claramente insuficiente. Las intenciones de reducción que han manifestado, hasta ahora ante el IPCC, los países con sus propuestas, hacen difícil alcanzar el objetivo.
¿Cómo es que después de 23 años de haberse firmado la Convención y después de 20 reuniones de la COP, los gobiernos de los Estados-nación aún no han llegado a un acuerdo vinculante de reducción de las emisiones?
Que la temperatura media del planeta no aumente por encima de 2 grados, intervalo que, para muchas personas es poco ambicioso y claramente insuficiente
La simple razón no es otra que la dependencia humana del fuego para disponer de energía. Lo que comenzó con nuestros ancestros, los neandertales, se ha ido manteniendo a lo largo de los tiempos y culminó a lo largo del siglo XX: quemar materiales fósiles extraídos del subsuelo de la tierra para disponer de la energía necesaria para todas las actividades de la sociedad industrial.
La cultura del fuego, que hemos heredado del siglo XX, manifiesta su adicción a la combustión de los materiales fósiles, que la denominada ‘civilización’ industrial comenzó a usar ante la escasez creciente de madera para posibilitar el uso generalizado de las máquinas de vapor. Y como todo proceso de quema de materiales tiene efectos sobre la naturaleza, la combustión de materiales fósiles también los tiene, pues devuelve a la atmósfera el carbono que había originalmente en ella, y que mediante lentos procesos bio-geo-químicos quedó atrapado en el subsuelo, haciendo posible el surgimiento de la vida en la tierra.
Evitar que la atmósfera llegue a tener concentraciones de CO2 que dificulten la vida humana en nuestro planeta debería ser la prioridad política mas importante de las personas que asumen responsabilidades de gobierno. Pero la realidad de la larga sucesión de COPs que se van reuniendo anualmente, nos demuestra que la drástica y necesaria reducción de emisiones no es precisamente su prioridad.
Algunos países, en vez de esperar acuerdos multilaterales, de muy difícil consecución, han optado por una vía más directa y efectiva: desarrollar tecnologías que permitan, en el presente y en un próximo futuro, prescindir completamente del fuego para que la sociedad pueda disponer de energía sin necesidad de recurrir a la combustión de materiales fósiles.
Evitar que la atmósfera llegue a tener concentraciones de CO2 que dificulten la vida humana en nuestro planeta debería ser la prioridad política mas importante.
Así Dinamarca, por ejemplo, se ha convertido en líder indiscutible en el desarrollo de la tecnología que nos permite disponer de electricidad a partir de la captación de la energía contenida en el viento. Así, Austria se ha convertido en líder tecnológico en la conversión térmica de la energía solar y de la biomasa. También Alemania, tras seguir los pasos de Dinamarca en tecnología eólica, ha hecho posible que la tecnología para la conversión directa de la radiación solar en electricidad sea hoy una plena realidad. Y no solo esto, sino que también es pionera en la conversión metanogénica de la materia orgánica, para obtener biogás. Cabe citar también el papel pionero de nuestro país en diferentes tecnologías (eólica, solar fotovoltaica y solar termoeléctrica), antes de que políticos incendiarios del clima (como gustaba decir Hermann Scheer), y al servicio de la cultura del fuego, paralizaran su desarrollo.
Todas estas tecnologías, y muchas otras que contribuyen a mejorar la eficiencia en la conversión de una forma de energía en otra, son la manera mas efectiva (ecológicamente y económica) de combatir el desbocado aumento de emisiones de gases de efecto invernadero en el mundo. Y no solo eso, sino que en conjunto ponen entre las cuerdas al modelo de negocio energético, que se generalizó a lo largo del siglo XX, basado en el fuego, modelo de negocio ineficiente y sucio, pues quemar combustibles fósiles, con muy bajas eficiencias, para disponer de energía térmica, mecánica y/o electricidad, deja por el camino todo tipo de contaminaciones, además de concentrar la riqueza en manos de unas pocas grandes corporaciones.
Los países, regiones y ciudades que ya han empezado la transición energética hacia el objetivo 100% renovable son los que nos marcan el camino, pues, ante la poca ambición de los acuerdos internacionales, se hace necesario movilizar la ciudadanía para que proceda a la apropiación social (individual y/o colectiva) de las tecnologías que nos permiten abandonar para siempre la cultura basada en la obtención de energía a partir del fuego, y reservar el fuego únicamente para el uso eficiente, y ecológicamente responsable, de las diversas formas de biomasa.
Con ello, no solamente combatiremos el cambio climático, sino que pondremos la energía, considerada como bien común, en manos de la ciudadanía, posibilitando que la riqueza creada se reparta de una forma mas justa y equitativa.