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Indignados con el modelo energético

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De todos los términos, calificativos y definiciones que se usan para referirse al movimiento que el último mes ha sacudido la vida política de este país, hay uno que, creo, es el denominador común de todas las manifestaciones de este tsunami social: indignación. Podríamos hablar también de frustración, de desesperación, de hartazgo, de desánimo o de enfado, pero queda claro que lo que nos une a millones de ciudadanos es la indignación frente a una determinada situación y, más aún, la indignación por la reacción de la clase política ante dicha situación.

El 15-M logró, en un primer momento, una arrolladora ola de simpatía o sintonía porque expresaba un sentimiento común a ciudadanos de muy distintos perfiles: salieran a la calle o no; compartieran los eslóganes del primer día o no; fueran a votar el domingo siguiente a los partidos “tradicionales” (término que engloba al 98% de las opciones) u optaran por la abstención, el voto en blanco o el voto nulo; se distanciaran o no ante la evolución del movimiento con la persistencia en la acampada; sí, en aquellos días previos a las elecciones autonómicas y municipales, todos nos felicitábamos de que la indignación colectiva encontrara una espita por la que salir a la luz.

La conclusión más satisfactoria de todo lo sucedido hasta hoy es que se ha demostrado una gran capacidad de movilización de la ciudadanía, rompiendo fronteras generacionales, geográficas —dato relevante—, sociales e incluso ideológicas en el sentido clásico de una división izquierda-derecha. Frente a unos poderes acostumbrados a la docilidad de una ciudadanía que ni reacciona ante los abusos de las grandes compañías de servicios —por ejemplo—, ni castiga los comportamientos corruptos, surge una voz (un coro de voces sería más exacto) que resuena con fuerza.

No cabe duda que más allá de la idoneidad de las lonas y las noches en la calle, de los tenderetes y campamentos improvisados, el camino es la movilización pero, como sucede tantas veces, el mundo ya está inventado. La espontaneidad inicial del movimiento, su —a mi entender, inadecuado— mimetismo formal con la revoluciones del norte de África y Oriente Medio y otros factores (cuyo análisis no es el objetivo de estas líneas) han logrado y casi acaparado la portada en los medios de comunicación. Ese es ya un gran éxito. Pero no debemos olvidar que muchos ya estaban, estábamos, movilizados. En su momento, nos habíamos puesto en marcha también partiendo de la indignación, motivación que, por cierto, no supone una descalificación de la causa pues pocas cosas dignifican tanto al hombre como la capacidad de indignarse.

Es el caso de los que un 15-M, pero de 2010, poníamos en marcha la Fundación Renovables motivados —sin ningún género de duda— por la indignación que nos producía la deriva del debate energético en España, un debate encarrilado deliberadamente en la dirección contraria a la que el sentido común y las necesidades ambientales y estratégicas de nuestro país marcaban.

Éramos, y somos, los indignados por el modelo energético, por la contradicción de una clase política que verbaliza el diagnóstico de la situación pero aprueba las recetas que le conviene a un puñado de empresas pese a las evidentes contraindicaciones.

Éramos, y somos, los indignados por la ceguera de una clase dirigente que tiene la oportunidad de encontrar en la solución de uno de los principales problemas de nuestra sociedad como es el cambio climático, o de uno de los más importantes de nuestro país como es la suicida dependencia energética del exterior, un impulso a una deteriorada economía con la puesta en marcha de un nuevo modelo productivo.

Éramos, y somos, los indignados ante una corriente mayoritaria en los medios de comunicación que glorifica las tecnologías obsoletas del pasado como la nuclear, minimiza los gravísimos impactos de los combustibles fósiles y demoniza las renovables atribuyendo al conjunto de las tecnologías los errores regulatorios del Gobierno y el comportamiento fraudulento de unos pocos, hecho en el que, lamentablemente, no tenemos la exclusiva.

Sí, desde la indignación nos pusimos en marcha pero con la voluntad de contribuir a la aceleración del cambio de modelo energético, de trasladar a la sociedad la importancia de los retos a los que nos enfrentamos en este ámbito, de denunciar las tergiversaciones y manipulaciones de datos y discursos.

Nosotros “montamos la lona” de la Fundación Renovables e invitamos a los ciudadanos sensibilizados en estos temas a que nos acompañen. Ahí estamos haciéndonos oír, aportando propuestas y análisis con nuestros, todavía escasos, medios y con nuestro esfuerzo.

Ahora que el movimiento del 15-M debate su futuro, me permitiría sugerir que no se obsesionen por inventar la rueda, al margen de lo atractivo que resulten diversas iniciativas como las asambleas de barrios o pueblos. No deberían obcecarse sus protagonistas en crear un movimiento único; hay muchos proyectos en marcha a los que sumarse —ONGs, asociaciones, fundaciones, clubs, etcétera— y, evidentemente, algunos por inventar.

Después del aldabonazo logrado en la conciencia de la sociedad ahora daríamos un gran paso si esos indignados se sumaran en función de sus conocimientos, sus sensibilidades y preocupaciones a lo que ya existe o construyeran nuevos espacios para que pasen de la indignación a la acción.

Los indignados con el actual modelo energético ya lo hemos hecho.

 

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