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Que desde el pensamiento y la doctrina católica se haga una apuesta tan clara a favor de las energías limpias como acaba de hacer el Vaticano en la víspera del referéndum sobre las nucleares en Italia no debe verse con la típica ironía del incrédulo sino que merece un análisis sobre los valores intangibles de las renovables, que no solo son económicos, y una autocrítica porque desde nuestra propia endogamia no somos capaces muchas veces de explicar sus ventajas más allá de las externalidades positivas.

Cuando leí la noticia me acordé, de repente, de una experiencia personal a la que no dí en su momento ninguna importancia. En el año 2005 fui invitado por la Universidad San Pablo CEU a inaugurar un curso de energías renovables y la directora del mismo, en su intervención de apertura y ante mi mayor perplejidad, explicó cómo las energías renovables coincidían con los principios del humanismo cristiano. Seis años después, la declaración del Vaticano a favor de las renovables ha hecho que la leve sonrisa que me provocó aquella consideración se transforme ahora en un intento de reflexión más profunda.

Si como se ha dicho la energía limpia ha de ser una prioridad política y económica y que la ecología humana es una necesidad imperativa, quiere decir que el actual sistema energético basado en los combustibles fósiles y la nuclear ha de ser cambiado por otro basado en las energías renovables y que tecnologías energéticas con riesgos como la nuclear no pueden dominar al hombre como se acaba de demostrar en Japón. Es un imperativo ético y no solo ambiental. Las tecnologías energéticas han de estar al servicio de las personas y no por encima de ellas. Es la mayor desautorización moral de los intereses que rodean a quienes defienden un sistema con mayor consumo de combustibles fósiles y de energía nuclear.

Pero esta declaración implica un reconocimiento de los intangibles que incorporan las energías renovables a la sociedad y la economía. Y esta reflexión es tanto económica como moral. Entre los intangibles económicos que las renovables aportan están el saber-hacer (know-how) de nuestras empresas, el conocimiento y la innovación que podemos medir por el mayor número de patentes y el mayor porcentaje de recursos dedicados a I+D, el mayor grado de internacionalización de nuestra industria nacional medido por su balance exportador, su contribución a reducir los precios de la electricidad, el prestigio y la marca-país que las renovables españolas han extendido por todo el mundo o el liderazgo de nuestras empresas en conocimiento y producción.

Entre los intangibles de carácter moral el más importante es su contribución a la solidaridad intergeneracional al reducir las emisiones contaminantes a la atmósfera y reducir el consumo de fuentes fósiles y agotables que están en el origen de todas los conflictos en el planeta, son fuentes universales porque su inagotabilidad y su carácter autóctono las hace accesibles a todos los habitantes de la tierra y su carácter descentralizado las convierte en una fuente de energía más democrática y la única fuente que contribuye a eliminar las desigualdades entre los seres humanos.

Las fuentes renovables implican, pues, una nueva ética de la energía que choca frontalmente con la ética autoritaria y desigual de los combustibles fósiles y de la energía nuclear.

Llama la atención que lo que es capaz de ver la moral católica esté en contradicción con la otra mirada, absolutamente diferente, de la política energética que se defiende desde la regulación vigente en España. Los economistas macro que dirigen nuestra política energética están defendiendo precisamente una moratoria para las renovables hasta 2020 con la idea de reducir el déficit de tarifa y la deuda española. En realidad se están defendiendo los balances y el valor de las acciones de las grandes eléctricas que dependen del gas, del petróleo, del carbón y de las nucleares de cara a las OPA,s que van a tener que afrontar en los próximos años.

Porque al déficit de tarifa y a la deuda soberana le afecta mucho más el coste de nuestra dependencia energética, es decir, lo que cada año tenemos que importar de gas, petróleo y uranio, y la pérdida de competitividad que supone que necesitemos consumir un 20% más de energía por unidad de PIB que la media de las economías europeas. Esto supone un coste diez veces superior al coste de las energías renovables para la economía española y, lo más importante, para todos los consumidores.

Y eso por no hablar del empleo, porque en las renovables, la eficiencia energética, la movilidad sostenible y la rehabilitación energética de edificios tiene España su mayor yacimiento de empleo. ¿Pero a quién le preocupa el empleo en la actual regulación de la política energética? Otro intangible de valor moral.

Y surge la misma pregunta: ¿Por qué? Porque defender las fuentes renovables exige a la vez creerse las renovables; es una cuestión de convicciones y desde hace mucho tiempo la política energética es cuestión solo de descreídos a los que se cree a pies juntillas.

 

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