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Transporte: una historia interminable de privilegios injustificados

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Tras semanas de debate sobre el escandaloso engaño de Volkswagen a costa de la salud pública, emerge con insistencia la evidencia de que tal fraude solo se ha podido fraguar gracias a una mezcla, tanto histórica como indignante, entre dejación de funciones públicas y privilegios concedidos al sector automovilístico.

Sería de esperar una reacción urgente y contundente que garantice tanto la erradicación de esos privilegios (y no solo a los fabricantes de coches sino a todo el sector del transporte) como una compensación por parte del mismo sector con un mayor esfuerzo para la reducción de emisiones contaminantes y de Gases de Efecto Invernadero.

Es oportuno recordar que a la hora de atajar el cambio climático el más difícil de los sectores es precisamente el del transporte que, en la Unión Europea, es el único sector que ha aumentado su impacto sobre el clima entre 2008 y 2012, echando a perder gran parte de los esfuerzos de los demás sectores para cumplir con el Protocolo de Kioto. Es más, tantas son las externalidades del transporte (salud, ambiente, atascos, degradación de las infraestructuras, cambio climático,…) que cada año se tiene que dedicar por lo menos el 4% del PIB europeo a compensarlas. En España, mucho más: cada ciudadano paga casi 1.000€ al año para paliar los impactos indeseados del transporte, sin contar la pérdida de competitividad debida a los atascos.

En España, mucho más: cada ciudadano paga casi 1.000€ al año para paliar los impactos indeseados del transporte.

Teniendo en cuenta estos factores, es difícil de entender que desaparezca toda mención a la necesaria reducción de emisiones de la aviación y el transporte marítimo internacionales, en el borrador de acuerdo para la Cumbre del Clima de París publicado esta semana. Son parte fundamental de uno de los sectores en los que se va a librar la batalla de la descarbonización. Cada uno de estos sectores ya tiene un impacto climático igual al de Alemania o Corea del Sur y se prevé que sus emisiones se tripliquen para 2050 a menos que se introduzcan medidas inmediatas.

No habrá futuro si no es descarbonizado y lo que esperamos que surja de las negociaciones de París es un acuerdo para hacer realidad ese futuro. Es evidente que la desaparición de compromisos específicos para la aviación y el transporte marítimo internacionales no es el único fallo del texto sobre el que se basará la Cumbre del Clima. Lo más preocupante es la escasa e insuficiente ambición para reducir la huella de carbono planetaria con la urgencia y valentía necesarias para asegurar evitar los peores efectos del cambio climático.

El hecho de que, de repente, desaparezcan estos dos sectores junto con sus emisiones eximiéndoles de contribuir de manera justa y proporcional al esfuerzo internacional para garantizar un futuro para el Planeta, pondrá en jaque el realismo de cualquier objetivo que se logre acordar en la Cumbre, por muy poco ambicioso que sea.

Tras 18 años podemos decir que el Protocolo de Kioto ha fracasado en lo que a aviación y transporte marítimo internacionales se refiere: la aviación ha más que duplicado sus emisiones en los últimos 20 años y ahora ya representa el 5% de las emisiones mundiales y el transporte marítimo ha visto subir sus emisiones como la espuma. Los dos habían sido excluidos de los objetivos del Protocolo de Kioto de 1997 siendo la responsabilidad sobre sus emisiones transferida a dos reguladores que dependen de Naciones Unidas.

No mencionar estos dos sectores en París les permitiría desentenderse de cualquier contribución para lograr mantener la temperatura media del planeta por debajo de 1,5-2ºC tal y como han hecho en los últimos 20 años. Y eso significaría trasladar esa responsabilidad sobre otros.

Todos los países (y sus ciudadanos) que ratificaron el Protocolo de Kioto están sujetos a este requisito y muchos de ellos, ricos y pobres, se están comprometiendo a conseguir objetivos y medidas cada vez más ambiciosos. Estos esfuerzos no pueden verse invalidados por privilegios especiales a unos sectores que pueden perfectamente contribuir de forma justa y adecuada.

No es admisible que lo que salga de París signifique mucha ambición para algunos y exenciones para otros. Y más cuando el resultado será que estos sectores pasarán del privilegio injustificado de no pagar impuestos a otro sangrante: poder contaminar sin límites.

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