Renovables, una paternidad no reconocida

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Artículo escrito por Sergio de Otto.

19 de diciembre de 2010
Publicado en: ABC
El Partido Popular tiene un hijo y no lo reconoce. Y esa criatura es ni más ni menos que el desarrollo de las energías renovables en España. Sin embargo, está muy extendido en la mayor parte de la derecha política y sociológica de este país que “esto de las renovables es una ocurrencia más de Zapatero”, y, ya sabemos, ese es suficiente argumento para descalificar cualquier iniciativa.

El problema es que, como poco, el punto de partida es erróneo. Lo cierto es que si España ha sido líder mundial en renovables es, entre otras razones, pero principalmente por ésta, gracias a la legislación que se cimentó en los ocho años de Gobierno del Partido Popular. En esas dos legislaturas se aprobó un marco normativo que daba continuidad a los tímidos pasos dados por UCD y por el PSOE para abrir la puerta a otra forma de generar energía, pero que con la Ley del Sector Eléctrico 54/1997 (menos afortunada en otros aspectos) y su posterior desarrollo convirtió a las renovables en una apuesta fundamental de nuestra política energética.

A los números me remito. Cuando el PP llega al poder en 1996 las tecnologías renovables se encontraban en un estadio casi experimental salvo en el caso de la energía minihidráulica. Estaban instalados en España 7 MW escasos de módulos fotovoltaicos, varias decenas de parques eólicos que sumaban una potencia instalada de 211 MW y un número significativo de instalaciones minihidráulicas con un total de 1.320 MW. Cuando el PP deja el poder en 2004, la fotovoltaica había pasado de los 6,9 MW a 37 MW, un crecimiento de más del 500 por cien, la minihidráulica había crecido hasta los 1.749 MW, mientras que la eólica tuvo en esos años el mayor crecimiento mundial: desde los 212 MW a los 8.155 MW que convertían entonces a España en segunda potencia mundial sólo superada por Alemania. Pero, si atribuimos la potencia instalada en los años en que ha estado en vigor el marco normativo aprobado por el PP, podríamos decir que, en el caso de la eólica, se pusieron en marcha gracias a esta legislación más de 16.000 MW.

Más allá de estas cifras, por sí solas suficientemente elocuentes, cabe destacar un hecho muy importante. Fue en tiempos de gobierno del Partido Popular cuando una amplia mayoría parlamentaria convirtió a España en el primer país de la Unión Europea que introducía en su legislación el objetivo de alcanzar en 2010 un 12 por ciento de renovables en energía primaria (Disposición Transitoria XVI Ley 54/1997). Fue una mayoría liderada por el PP la que respaldó por ley los incentivos o primas a las renovables y se hacía —así quedó manifestado en el debate parlamentario— “ante la imposibilidad de internalizar en el precio de las energías convencionales todos los costes, no sólo los medioambientales, en los que incurren dichas tecnologías”. Fueron gobiernos del PP en autonomías como Galicia y Castilla y León los que apostaron por el desarrollo de la eólica como lo hacía un gobierno socialista en Castilla-La Mancha, por citar a tres de las comunidades autónomas líderes en el desarrollo de la energía del viento.

Puede argumentar el PP que no fue suyo el error regulatorio cometido con la fotovoltaica en el RD 661/2007, error al que es ajeno, en primer lugar, la tecnología y el propio sector, en el que son mayoría los particulares y pymes con vocación de permanencia en la generación de kilovatios limpios y autóctonos. Sin embargo, sí que fue el PP con el RD 436/2004 el que equiparó el desarrollo de esta tecnología en suelo y techo, que está en el origen de los males posteriores.

Vuelve a olvidarse de su paternidad cuando hoy aplaude el frenazo que quiere imponer el Gobierno Zapatero al desarrollo renovable para salvar los muebles de los que apostaron por seguir quemando gas y carbón. Se equivoca cuando limita su discurso energético a la defensa a ultranza del recibo de la luz o de los 460 MW de una vieja central nuclear.

No ejerce de buen padre de las renovables cuando se une al coro de los que afirman que el resto del mundo está apostando por otras tecnologías y “nosotros nos estamos quedando solos con esto de las renovables”. Cuando la realidad es que en Europa, por ejemplo, hay sólo tres países con proyectos nucleares que sumarán antes de 2020 no más de 6.000 MW nuevos, cifra menor que la potencia fotovoltaica que se instalará solo este año en Alemania, que por cierto tiene previsto llegar en 2020 a los 51.750 MW, ¡sólo de fotovoltaica! Pero si comparamos esa cifra de incremento de la nuclear con los 350.000 MW eólicos que se habrán instalado en nuestro continente en 2020 esa falacia de que el mundo está apostando por otras vías y que estamos solos en esto de las renovables se derrumba como un castillo de naipes. ¿Cuál es la apuesta verdadera de nuestro entorno? Las cifras han dado la respuesta.

Se equivoca el renegado padre de las renovables, por último, cuando aborda la energía con el único parámetro de la competitividad descalificándolas por el importe de las primas que presentan como un “sobrecoste” inasumible para nuestra economía. Se ignora que el importe de las primas equivale al coste de las importaciones de combustibles fósiles que tendríamos que realizar para generar con tecnologías convencionales lo que hoy generan las renovables. ¿Es mejor transferir esas rentas a los países exportadores de gas y petróleo o aplicarlas a la consolidación de tecnologías en las que somos líderes y que han creado un importante sector industrial? Y es que, además, pasado mañana las renovables serán más competitivas que las convencionales, unas ya lo son prácticamente ante el incremento del precio de los combustibles fósiles al que ya estamos asistiendo.

Pero, sobre todo, se dejan de lado los otros dos aspectos claves de la política energética asumida por la Unión Europea: la reducción de emisiones y la seguridad de suministro. Respecto a la contribución de las renovables al primero de ellos es innecesario abundar: ni emisiones ni residuos en su operación. En cuanto al segundo, España es el país de nuestro entorno con una mayor dependencia energética del exterior, lo que nos obliga a incrementar el desarrollo de las únicas energías autóctonas de que disponemos tanto por recurso como por tecnología. Abandonar este camino es escribir en términos estratégicos la crónica de un suicidio anunciado.

En resumen: no, las renovables no son una ocurrencia de Zapatero que se ha convertido en un pésimo padrastro de la criatura pese a sus discursos fuera de España; el debate energético no puede empobrecerse en una dicotomía nucleares versus renovables; la opción renovable no puede, ni debe ser un arma arrojadiza entre partidos. Las renovables son, deben ser, la gran apuesta estratégica de España, y el padre de la criatura no puede ser ajeno a ese proceso. Salvo que fuera un hijo no deseado y eso sí que sería una grave irresponsabilidad.

Sergio de Otto, Fundación Renovables

 

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